Este fic es de tematica yaoi. Esta inspirado en mi pareja favorita del anime Prince of Tennis: la Imperial Pair (AtobexTezuka)
Espero les agrade.
Estos personajes no me pertenecen, sino que son propiedad de Konomi-san y asociados.
ONE IN A MILLION
Capítulo 1: El Rey
“De nada vale todo un
reino si no tienes con quien compartirlo”
Esta
frase aun resonaba en su cabeza, haciendo eco cada vez más y más profundo,
porque sólo ahora era capaz de darse cuenta de su significado.
La
verdad era que se sentía inquieto, extrañamente ansioso, expectante, como si
esperara algo, aunque no sabía por qué. No tenía ganas de practicar hoy, ni
tampoco de ver a sus amigos o miembros del equipo. Por eso estaba recostado en
su amplia cama, haciendo zapping con el control remoto en la mano y una
expresión de completo aburrimiento fijada en su bello rostro. Hasta se podría
decir que él era lo único dentro de esa lujosa habitación que se encontraba
fuera de lugar. Su habitación era el cuarto más suntuoso de toda la mansión,
creado específicamente para ser un lugar donde él pudiera descansar, relajarse
y entretenerse, el espacio era amplio y los refinados muebles parecían salidos
de una película del siglo XIX al más puro estilo victoriano. Sobre su cama reposaba
un libro de Goethe, su más reciente obsesión literaria. Pero el día de hoy no
tenía ganas de leer, ni siquiera los clásicos de Shakespeare, que tanto le
gustaban, ni de escuchar las hermosas sinfonías de Wagner. Hoy sólo se dedicaba
a reposar en su cama, completamente perdido en sus pensamientos, tanto así, que
parecía que el hermoso joven de mirada plateada, ahora perdida, se encontraba
en estado vegetal.
Y
fue así que oyó la frase pronunciada en la televisión, no tenía idea de qué
película se trataba, ni de cuánto tiempo llevaba viéndola, sólo se limitaba a
escuchar el sonido salido desde el aparato con monotonía, aunque era obvio que
su mente se encontraba en un lugar muy lejano, pero fue esa frase la que lo
trajo de vuelta a la realidad. Fue como sentir un balde de agua fría sobre su
cuerpo…
“De nada vale todo un
reino si no tienes con quien compartirlo”
Y
desde ese instante todo tuvo sentido, todas esas sensaciones extrañas tenían
explicación, eso era lo que pasaba… se sentía vacío. Él, Atobe Keigo, el rey,
se sentía completamente solo.
Pero…
¿desde cuándo comenzó a molestarle la soledad? No tenía idea, él siempre creció
solo, es el hijo único y el heredero de una importante familia, por lo tanto,
toda su vida ha sido una preparación constante para llegar a ser un digno
heredero para el imperio Atobe. Si bien es cierto, sus padres le aprecian,
nunca sintió la cercanía de una familia. Sus padres le dieron la mejor
educación que se puede comprar, desde pequeño creció rodeado de lujos, riquezas
y privilegios: los mejores colegios, educación en el extranjero, los mejores
maestros, todos los elementos que le formaron como un líder, las herramientas
que le permiten ser hoy en día un joven fuerte, capaz de valerse por sí mismo,
dueño de una seguridad y autoridad sin igual.
Pero…
si hay algo de lo que se puede quejar, es que nunca ha vivido las cotidianas
alegrías de tener una familia, nunca disfrutó de un fin de semana en el parque,
ni de visitas al cine, ni paseos al zoológico, ni ha recibido los cuidados
maternos al estar enfermo, ni ha sentido la seguridad en un abrazo paternal.
Era verdad, él estaba solo, siempre lo ha estado, pero eso nunca importó.
Debido a la forma en que fue criado, lo asumió como algo intrínseco a su vida,
a su posición social, desde pequeño entendió que había nacido en una familia
con privilegios, los que implicaban también una serie de deberes, uno de estos
era el hecho de saber que por sobre todas las cosas, él era el heredero de la
familia Atobe, y que como tal, sería juzgado por todos los demás, los millones
que tenía en su cuenta bancaria valían más que él mismo, como si su
personalidad fuera sopesada más por los cambiantes valores de la bolsa que por
sus acciones. Incluso sabía que para sus propios padres, su felicidad no era
tema, que dispondrían de su persona y su vida, según las conveniencias de la
compañía, tenía muy claro que llegado el momento le casarían con alguna joven
heredera de otra importante familia, a quien apenas conocería y con quien
tendría que compartir la vida entera.
¿Pero
cómo es que esto, que siempre fue un hecho incuestionable en su vida, ahora se
volvía una insoportable realidad? La gente tiende a pensar que el dinero es
sinónimo de felicidad, que alguien con la cantidad de dinero que poseía la familia
Atobe, era imposible que pudiera albergar pena alguna. Pero no es así, y aunque
él tuviera todo el dinero del mundo, no se sentía como un joven de 15 años
normal y eso le molestaba a tal punto de tenerlo reflexionando sobre los
diálogos dichos en la televisión. Esa horrible frase que seguía dando vueltas
en su cabeza, taladrándola una y otra vez...
“De nada vale todo un
reino si no tienes con quien compartirlo”
Él
era un rey: el rey de Hyotei Gakuen, la escuela privada más costosa del país.
El rey del equipo de tenis de su escuela, donde no tiene rivales desde el
primer día en que jugó un partido. El rey de todo el alumnado del colegio, al
convertirse en el presidente del Consejo Estudiantil en primer año. El rey de
la clase al obtener calificaciones perfectas en todas las materias. A penas
volvió de Inglaterra e ingresó en Hyotei Gakuen, se hizo evidente sus dotes
naturales para el liderazgo, y fue así como conquistó a toda la escuela, desde
su llegada nació la admiración. Él era un digno rey, con un poderoso reino,
pero qué vacío le parecía ahora, sin nadie con quien compartirlo.
Se
levantó de su cama exasperado, arrojando el control remoto directo a la pared
donde colgaba un cuadro de escenas bíblicas de Rembrandt, dando de llenó sobre
la pintura. El ceño fruncido y la mirada perdida en su rostro, los constantes
paseos en círculos que daba dentro de su habitación, daban a entender
completamente la situación: No entendía lo que pasaba, no sabía por qué esos
sentimientos de soledad aparecían en su vida ahora, por qué sentía ese vacío
dentro de sí que le carcomía el alma, y por qué no paraba de pensar en él.
Eso
era, todo tenía que ver con él, desde su partido con ese tipo no había podido
dejar de pensar, y ahora se encontraba paseando en su habitación como león
enjaulado, en un estado mental y anímico de coma absoluto con la cara de su
máximo rival grabada a fuego en su mente. Cómo era posible. El gran Ore-sama no
se dejaba abatir por nada, no existía nada en el mundo que pudiera afectarlo,
ni mucho menos un ser insignificante como Tezuka Kunimitsu.
Sin
embargo, Tezuka era todo menos un ser insignificante, eso había podido
comprobarlo él mismo durante su partido en el Torneo de Kantou, era verdad, él
había vencido, se había llevado una victoria para su equipo, pero no se sentía
como un vencedor para nada. No había podido superar a su rival y aunque el
sentimiento lógico en esa situación habría sido la ira, él no sintió nada
parecido, es más, durante su partido contra Tezuka, había aprendido hasta
admirar al chico de anteojos. Nunca habría imaginado tal pasión venida de un
joven aparentemente tan frio y severo, pero en el calor del juego, había
aprendido que la pasión y amor de Tezuka por su equipo no tenían límites, y le
admiró por eso.
Pero
aun así, no se explicaba por qué no podía parar de pensar en aquel muchacho.
Recordando cada uno de los detalles de su juego, recordando cada detalle de
Tezuka mismo. Recordaba como su cabello caía desordenadamente sobre su rostro y
cuello, como los rayos de sol hacían aparecer pequeños reflejos dorados en su
cabello rubio ceniza, recordaba su cuerpo fuerte y bien entrenado, su nívea
piel, sus delicados rasgos, sus ojos miel completamente concentrados en el
juego, recordaba como el sudor recorría su cuerpo a medida que el juego se
hacía más intenso, haciéndolo resplandecer suavemente.
Primero
pensó que esta repentina obsesión por el muchacho de anteojos se debía a algún
sentimiento de culpa, por haber agravado la lesión de éste, incluso sentía que
era él quien lo había lastimado, pero no era culpa. No era culpa el agudo dolor
que sintió en su pecho al escuchar en una conversación de sus regulares en el
camarín que Tezuka se iría. No era culpa el vuelco que dio su corazón al
descubrir que la lesión era más grave de lo que se pensó y que tendría que
viajar a Alemania indefinidamente para recuperarse. No era culpa el vacío que
sintió en su alma al darse cuenta que él no lo vería más. Pero… ¿si no era
culpa, qué era ese sentimiento que nacía en su interior?
Y
por primea vez en su vida… Atobe Keigo no podía comprenderse a sí mismo.
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